Las empresas, especialmente las del sector agroalimentario, están cada vez más concienciadas con este problema que tiene un triple impacto: económico, social y medioambiental
En España, la lucha contra el desperdicio alimentario ha dado pasos firmes en los últimos años. Entre 2020 y 2024, el volumen de alimentos y bebidas desperdiciados —tanto en los hogares como en el canal de consumo fuera de casa— se redujo un 19,6%, aunque la cifra todavía es elevada: en 2024 se desperdiciaron 1.125 millones de kilos o litros, según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación.
Este 29 de septiembre se conmemora el Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos, una jornada que recuerda la urgencia de actuar frente a un problema con efectos en lo económico, lo social y lo medioambiental.
El año 2025 marca un hito en este camino. En abril, el Boletín Oficial del Estado (BOE) publicó la Ley de Prevención de las Pérdidas y el Desperdicio Alimentario, la primera norma estatal dedicada a esta cuestión, aprobada finalmente en el Congreso.
La nueva legislación busca promover un uso más eficiente de los alimentos y frenar el despilfarro a lo largo de toda la cadena de valor. No obstante, más allá de lo establecido en la ley, muchas compañías, especialmente en el sector agroalimentario, ya venían aplicando medidas y buenas prácticas para atajar este desafío.
España, en una posición favorable respecto a la UE
Aunque los datos muestran que la lucha contra el desperdicio alimentario sigue siendo una necesidad, la realidad es que España se encuentra en una posición más favorable respecto a otros países de la Unión Europea (UE). Según cifras de Eurostat, en promedio, cada habitante de la UE desperdicia anualmente alrededor de 129 kg de alimentos, mientras que en España la cifra se reduce a 65 kg por persona.
«Pensamos que, al ser un país productor de alimentos, la población tiene una mayor conciencia y cultura contra el desperdicio alimentario», explica María Jesús Muñoz-Torres, catedrática de Finanzas y Contabilidad de la Universidad Jaume I (UJI) y coordinadora del proyecto Horizonte Europa To No Waste.
En Europa, los principales focos de desperdicio alimentario se encuentran en los hogares, los restaurantes y los servicios de alimentación. Sin embargo, en España la mayor parte se produce antes de que los alimentos lleguen al consumidor, especialmente en el ámbito agrícola. Desde un punto de vista técnico, conviene diferenciar entre «pérdidas» y «desperdicio»: se habla de pérdidas cuando los alimentos se descartan antes de llegar al consumidor, mientras que se considera desperdicio cuando esto ocurre en la fase de consumo.
«Esto no significa necesariamente que los consumidores españoles sean más cuidadosos o que nuestras empresas desperdicien más. En realidad, refleja que gran parte del desperdicio se produce a lo largo de la cadena alimentaria. Al ser España un país productor y exportador de alimentos, parte del desperdicio se contabiliza en nuestro país, aunque el producto termine siendo consumido fuera», aclara la experta.
Los esfuerzos dentro del sector agroalimentario
Las pérdidas son un problema recurrente en el sector agroalimentario.
Cristina Martínez, gestora de proyectos de Cooperatives Agro-alimentàries de la Comunitat Valenciana, explica que muchas de estas pérdidas se producen porque «el productor siempre se adecúa a lo que la normativa establece». Por ejemplo, existen regulaciones y estándares de calidad para frutas y verduras que buscan garantizar que los productos lleguen al consumidor de una determinada manera, y si no cumplen con ello, se desechan. Por este motivo, el sector primario acaba asumiendo gran parte del desperdicio en nuestro país.
Como ejemplo, menciona los caquis, una fruta muy delicada. Aunque el fruto esté en buen estado, si presenta alguna motita o un pequeño defecto estético —lo que se conoce como rameado— no llega al consumidor, ya que no cumple con los estándares normativos. Para evitar que se pierda esta fruta, algunas cooperativas han creado líneas de transformación, de modo que los caquis que no cumplen los requisitos estéticos se convierten en mermeladas u otros productos procesados. «La ventaja de las cooperativas es que estos destríos o pérdidas no se desechan; siempre se buscan alternativas para darles un uso», añade Martínez.
El sector primario está realizando esfuerzos importantes para minimizar pérdidas, pero procesar la fruta en almacenes supone un coste elevado, según señala Martínez.
«Si el agricultor ya detecta algún defecto en el campo, es muy probable que, cuando la fruta llegue al almacén, no sea apta para consumo fresco», señala Martínez. Así, incluso con medidas de transformación y maduración, ciertas características del proceso productivo y de la fruta misma hacen que parte del producto nunca llegue al consumidor en su forma original y se acabe perdiendo.
Un impacto triple
Precisamente, uno de los objetivos del proyecto To No Waste es desarrollar una metodología para evaluar los impactos asociados a las soluciones destinadas a prevenir y reducir el desperdicio alimentario. Como explica la catedrática de la UJI, «si para reducir 20 kg de desperdicio de un alimento fresco necesito consumir mucha energía o emplear recursos muy grandes, puede que la solución sea menos sostenible que enviarlo a un vertedero»
Las empresas están cada vez más concienciadas respecto a este problema, aunque la rutina diaria a veces las lleva a actuar de manera «cortoplacista» y no poner en marcha medidas para atajar esta cuestión a largo plazo. «Desperdiciar alimentos significa también desperdiciar recursos. No se trata solo de los kilos de comida que se pierden, sino de todos los recursos invertidos en producirlos, que finalmente también se desaprovechan», señala la experta.
«Empieza a haber una mayor conciencia sobre este tema, pero muchas veces la normativa es rígida y podría flexibilizarse un poco para permitir un margen más amplio», afirma la gestora de proyectos de Cooperatives Agro-alimentàries.
Martínez destaca además el triple impacto del desperdicio alimentario: social, económico y medioambiental. «El impacto medioambiental es especialmente relevante en el campo. Algunas cooperativas y agricultores consideran que si queda un pequeño porcentaje de pérdidas en el terreno puede incluso nutrir a los árboles, pero cuanto menor sea ese desperdicio, mejor. Demasiado producto en el campo puede afectar negativamente», señala.
Solo un 62% de las empresas cuenta con una estrategia
Un reciente informe del Gobierno sobre el desperdicio alimentario en la industria y la distribución refleja un cambio de mentalidad respecto a esta problemática, puesto que cada vez más empresas son conscientes de la importancia de prevenir y reducir las pérdidas de alimentos a lo largo de toda la cadena de valor.
Aun así, el estudio revela que solo un 62,5% de las compañías encuestadas afirma contar con una política o estrategia definida contra el desperdicio, aunque un 96,7% ya está aplicando prácticas internas en esa dirección.
Además, el 71,9% de las empresas asegura contabilizar la cantidad de producto que se pierde en sus procesos, registrando un promedio de desperdicio alimentario del 0,65%. Sin embargo, menos del 60% ha cuantificado el impacto económico de esas pérdidas, a pesar de reconocer que suponen un coste directo para el negocio.
En total, las empresas españolas reportan 1.697.023 toneladas de alimentos y bebidas desperdiciadas. El coste asociado asciende a 155,46 € por tonelada, lo que equivale a 0,155 € por cada kilogramo o litro que se desaprovecha.
Fuente: Economía 3
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